Resistencia
“En las profundidades del invierno,
finalmente descubrí que dentro de mí
había un verano invencible”.
ALBERT CAMUS
En la Casa del Pueblo hay una multicopista de discursos rota.
Todos los discursos tienen un momento de gloria ajenos a su autor,
unos en las covachas del cuarto de banderas, entre guirnaldas y pasquines,
otros en el asiento trasero de los repartidores de periódicos.
La resistencia tiene los dedos manchados con el tóner de los diletantes,
tiene la certeza de pertenecer a quien lo escucha como algo único.
Los discursos poseen ese talento de estación meteorológica,
esa inteligencia de barómetros para medir el asombro y los sueños.
En la Casa del Pueblo, la melancolía es un estruendo de consignas,
la resistencia de los discursos es como los lebrillos de las lavanderas,
ajenos al tiempo y los detergentes, a las renuncias y el revisionismo.
Resistir es lavarse los pensamientos al menos una vez cada semana.
La resistencia tiene en la Casa del Pueblo el decoro de la ingenuidad,
la certeza de que el sacrificio merece la pena, de andar descalzo por la calle,
mandar una carta a la misma dirección cien veces cuando la devuelve el cartero.
Resistir es abrirse el estómago, sacar esa bola de angustia y derretirla al sol.