El último faro

«El último faro» es el poema de la versión española traducida del gallego «O último faro» del libro inédito «A Vía Láctea».
A Cobeluda – Neda (A Coruña). Agosto 2020.

El último faro

Hoy, a la luz de los acontecimientos,
la Vía Láctea ha decidido cerrar la sesión de noche.
Ahora ya no queda otra opción.
Hay que salir a los caminos,
encender farolas en las lindes.
Tenemos que combatir la virulencia de estos meses,
renunciar por empeñada la asepsia del alcohol.

Por tanto hoy, pasado el temblor
quiero compartir y comparto
el aire limpio que no se deja corromper,
las citas vis a vis sin la alarma de la cercanía,
la farmacopea beneficiosa del abrazo.
Comparto el agua en todas las formas conocidas,
la llovizna y la escarcha de tu pelo algunas veces.
Comparto las inclemencias,
el sosiego del mes de septiembre
y su transición de otoño.

Comparto con los sepultureros
el último verso de “El infinito” de Leopardi,
la dulzura de naufragar,
poder ser enterrado en Santa Marina Dozo.
Comparto navegar por el gótico marinero
y atracar bajo la corona ingrávida
de sus arcos de medio punto.
Comparto la tenacidad con la que hurgan,
con la que abren los exactos montículos de tierra,
la atmósfera purificadora del botafumeiro,
la confirmación de que la muerte nunca es el final.

Quiero compartir y comparto
todo cuánto es inverosímil bajo la hiedra,
lo verosímil trepando a los árboles,
el bosque en un cónclave de magia.
Por más que quisiera,
solo podría allí compartir algún viejo molino
y una canasta de niebla en las Fragas del Eume.

Comparto con los peregrinos
el secreto de los caminos y los helechos,
la liturgia del asombro a la entrada del valle,
la similitud del Sagrado Bosco de Viterbo
cuando en la humedad del atardecer
se confunden O Pousadeiro y Bomarzo.
Comparto la monarquía de los manantiales,
los bancales de ortigas en los taludes,
la inversión de cenizas sobre el suelo.
El tributo de la lluvia sobre el agua,
la sabiduría del Eume frente al mar.

Quiero compartir y comparto
la talasocracia y la magnitud de la costa,
la indomable desobediencia de la tempestad.
Comparto los acantilados de Vigila Herbeira,
la túnica del mar con sus ribetes blancos,
el duelo de las nubes sobre el fondo gris del cielo.
Tenemos que descender esta Vía Láctea,
plasmarla sobre la superficie de la tierra
como si fuera el mapa real del cielo.
Nombrar el lugar exacto de Casiopea,
llamar a La Guardia la constelación de Ofiuco,
que Perseus sea definitivamente Orense
y Villalba la gran nube de Magallanes.
Proteger por tanto Lugo de los cometas.

Tenemos que estar preparados ante el eclipse,
saber que el Camino inglés transcurre
plácido entre Orión y Sagitario.
Allí la pólvora de la revelación,
allí la antorcha de laurel,
allí las ánforas del jerarca.
La cosmografía de las aldeas
tiene en la lluvia de las Perseidas
un púlpito frente al desasosiego.

Tenemos que compartir la sinécdoque,
los bienes del mar y de la tierra,
incentivar la quimera del lino,
y la eclíptica de las sandalias,
colmar de veletas custodias
la senectud de los hórreos de doce pies.
Hay en los escombros de la calamidad
la marca de la insolidaridad
como si fuera un cantero enfadado.

Tenemos el compromiso de las castañeras,
la certeza de los mesoneros.
Han escrito los poetas,
estrofas frente al cinto de Van Allen,
leñadores que fabrican astrolabios de madera,
anteojos de carey las mariscadores de O Grove.
Tienen los fundidores acumulados los moldes,
las arenas y los fuelles en las forjas.
Todos los lugares quedaron a oscuras
y la tormenta eléctrica ha apagado la tierra.
Las campanas acaban de entregar sus credenciales.
Caldas de Rei es ahora centro del mundo.

Ahora estamos todos.
Quedaban los pescadores que llegan cuando pueden.
Vienen con las redes llenas.
Las nasas atraparon los centollos,
las redes capturan a los San Pedros salvajes,
procuran el jurel que entró en confusión.
Serán los últimos, subastarán su pesca
y la lonja dispersará la noche y el salitre.

Ahora sí estamos todos.
Justo fue cuando llegan las mujeres.
Los resortes de luz que aún pululan
las acompañan desde las cuatro esquinas.
Lo que antes parecía noche impenetrable
adquiere ahora una consistencia de cartílago.
Hay como una sensación de victoria,
de pueblo unido, de orfebrería de la contribución.
Es la cartografía de la Vía Láctea,
el cielo que descendió
y nos convirtió en pueblo,
como si naciéramos en las estrellas,
y las estrofas de las declinaciones
se pudieran conjugar y, de entre las sendas
y los caminos se abrieran los roperos de la identidad,
entrara la luz y extendiera de añil las camisas blancas.

Ahora ya somos pueblo,
justo cuando empieza a llover,
este himno maravilloso que nos arropa,
esta lluvia cuyo tesón enloquece,
que nos invade de verdes inefables.
Ahora bajo esta lluvia, bajo esta luz,
la Vía láctea es nuestra casa.

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