Esta primavera que ha sido saqueada por el invierno sigue trayendo las inclemencias del Este a todos los rincones de Ucrania. Ayer una tormenta estalló sobre la estación de tren de Kramatorsk y trajo el horror del cielo. Un horror silencioso, distinto al lodazal de gritos, sangre y polvo al que no quiero de ninguna manera acostumbrarme. Sin embargo, en la fotografía de portada de ayer de El País hay algo desconcertante y si no fuera por los cadáveres que certifican la existencia del horror parece que la guerra hubiera alcanzado un nuevo estadio en la consecución de la muerte. He consultado algunas otras fuentes y en todos los demás periódicos se percibe el mismo desconcierto. Lo peor es que la imagen no es la de un grupo de pasajeros que aburridos por un retraso injustificable decidieran echarse en el suelo de la sala de espera de alguna estación hasta que por megafonía les informen de su partida. Pero en realidad son cadáveres que ya no viajarán a ningún otro sitio y su muerte, ajena al polvo y la escombrera, seguirá siendo injusta, dolorosa y gratuita. Sigo echando en falta a algún Jefe de Estación que rompa el silencio y avise a tiempo a otros viajeros, como en el poema de Iryna Vikyrchak: “Los copos de nieve son lágrimas congeladas/traídas por las nubes desde lejanas tierras/Cada pequeña gota contiene su propia historia trágica/una guerra, una calamidad…”
