Editorial. Primavera 2021

ARIADNA – PRIMAVERA

Abril 2021

SENECTUD

Hay un pasaje en El cantante de salmos de Mary Reanult en el que el Simónides de Ceos se ve sorprendido ante la isocronía de la vejez. “El poeta era un hombrecillo más bien entrado en años; su barba y el pelo que escondía la corona de guirnaldas eran de color gris ceniza. En aquel entonces, todavía no había cumplido los sesenta años, pero a mí me parecía tan viejo como el mismo Zeus y sin embargo, quedé muy sorprendido al oír lo bien que cantaba”. La vejez ya era aborrecible en la Grecia Antigua porque representaba una disminución de la juventud y la pérdida sin retorno del calor innato al que se refiere Hipócrates. Poco ha cambiado desde entonces, si acaso los espacios que la gerontocracia ha ido cediendo al poder o la riqueza que cada vez más ostentan los nuevos ricos. Para romper una lanza en favor de su tierra Simónides de Ceos señala “Por otra parte, es una gran mentira que en Ceos todo hombre que llega a los sesenta debe tomar cicuta, aunque en nuestros días, sólo se considera una buena costumbre”. El estorbo de la senectud viene también acrecentada por la desgracia de la soledad. En estos días, cuando todavía algunos recuerdan el advenimiento de la II República, la memoria de Ritana Muñoz-Rojas se ha sustanciado en “Los olvidados del exilio” (Reino de Cordelia) en el que recuerda que su tatarabuela, la madre de Fernando de los Ríos, que vivía en Nueva York, le decía a su abuela, desde el exilio: “Nombradme de vez en cuando, contadle a los niños quién soy, no me olvidéis”. La senectud no debería ser un mal recuerdo.

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