LA APOLOGÍA DE SÓCRATES FRENTE A LA DEFENSA DE ATTICUS FINCH
Un ensayo sobre los alegatos finales, la mayéutica y la inteligencia emocional.
ANTONIO POLO1
Iniciación a la Filosofía. Universidad Senior de Ferrol.
RESUMEN
Este ensayo compara algunos de los aspectos del juicio de Sócrates, caso especialmente levantado por los acusadores Mélito, Anito y Licón con el de la novela de Harper Lee, Matar a un ruiseñor. Aunque el contexto histórico y cultural sean completamente diferentes, el juicio de Sócrates ocurre en la Grecia del siglo V a. c, mientras que la novela está ambientada en el sur de Estados Unidos durante la depresión americana, inmediatamente después del crack económico del 29 y en la época más dura de la segregación racial, los modelos de defensa varían en el formato, aunque no en lo sustancial que es la búsqueda de la verdad y de la justicia. El filósofo lo hace aplicando, también en esta ocasión, el uso de la mayéutica y el abogado Atticus Finch lo hace empleando tanto las técnicas deductivas como el uso de la inteligencia emocional.
Palabras clave. Juicio de Sócrates; Harper Lee; Atticus Finch; mayéutica; inteligencia emocional.
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El valor de las palabras
La primera palabra de la Odisea es “andra”, que en el texto original griego significa “hombre”, y en la Iliada, es “menin” que significa “cólera”. De alguna manera los comienzos de los libros marcan el devenir de la narración y esta toma su curso fiando cada vez que puede el mando al autor, pero no siempre sucede así. Cuántas veces los personajes toman vida propia y escriben un libro paralelo, ajeno y a su libre albedrío. Esta deriva de las palabras podría haber desembocado tal vez en otra cosa muy distinta si Platón no hubiera comenzado la Apología de Sócrates poniendo en boca de este la frase con la que comienza su alegato de defensa: “Atenienses ignoro, la impresión que habrá hecho en vosotros el discurso de mis acusadores”, o como casi dos mil quinientos años después, Gabriel García Márquez no hubiera comenzado escribiendo que “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar la remota tarde en la que su padre lo llevó a conocer el hielo” cuando escribió “Cien años de soledad”.
Las palabras tienen vida propia y tienen atributos de gramática generativa como señala Salman Rusdhie, que sin haber pasado por los tribunales como le sucedió a Sócrates, hoy carga una condena tras el dictado de una fatua del ayatolá Jomeini, cuando escribe a propósito de su nueva novela “Ciudad victoria” que ésta es como si fuera “una narración de una ciudad de palabras y quienes salen victoriosas son las palabras, lo cual es una forma de decir que es el lenguaje quien en definitiva crea el mundo”. De hecho, el poder de las palabras es tal que pueden moldear la realidad misma. Como seres humanos, somos capaces de crear y comprender conceptos que no existen en el mundo físico, pero que cobran vida a través de nuestras palabras. Palabras como «justicia», «libertad» y «amor» son conceptos abstractos que no pueden ser tocados o vistos, pero tienen un significado y un impacto muy real en la vida de las personas.
Si Platón no hubiera escrito una obra tan asombrosa y actual como La Apología tal vez no hubiera entrado en el ámbito de la literatura ni del cine y compararla con otros alegatos de defensa, bien reales o ficticios, como es el caso del de Atticus Finch cuando este defiende a Tom Robinson en Matar a un ruiseñor, la novela de Harper Lee que llevó al cine Robert Mulligan y que interpretó magistralmente Gregory Peck. En este caso, al igual que hace Sócrates en su propia defensa, Atticus quiere que sus hijos, principalmente Scout, aprendan a no juzgar ni condenar a otras personas, especialmente a las que son diferente a ellas.
El impacto de la obra de Platón no solo es de naturaleza filosófica sino también literaria, y es por ello que esta Apología podría considerarse como una de las primeras obras literarias que abren el camino a las narraciones cuyo formato, estilo y desarrollo podrían soportar el paso del tiempo y formar parte de la literatura contemporánea. Ese mismo impacto fue el de la reflexión que Irene Vallejo recoge en su ensayo El infinito en un junco cuando recuerda el impacto que le produjo a Agustín, y que este recogiera después en sus Confesiones, cuando sorprendió al obispo Ambrosio de Milán leyendo un libro de pie y en silencio, ya que hasta entonces la lectura no era considerada como un acto personal e íntimo, sino que se realizaba en voz alta y casi nunca en soledad.
Es por ello, que no podría recoger una obra el espíritu filosófico de Sócrates si Platón no lo hubiera resumido tan acertadamente con ese magistral: “Atenienses, ignoro…” que viene a resumir la frase por la que aquel será recordado para la posteridad y que viene a señalar que “Solo sé que no sé nada”.
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Los acusados llegan a Juicio.
El juicio por el que Sócrates fue condenado a morir mediante la ingestión de una bebida a base de cicuta, y que ha llegado hasta nosotros bajo el título de Apología de Sócrates, fue descrito por su discípulo Platón en Atenas en el 389 a.c. Como consecuencia de ello, Sócrates será el primer filósofo condenado a morir por mantener sus ideas, y su figura va a ser tan trascendental en la filosofía que en ella hay un antes y un después de semejante acontecimiento, por tanto, no cabe sorprendernos cuando se hable de filósofos presocráticos al hacer referencia todos aquellos que entonces le antecedieron.
A Sócrates lo venían buscando hacía tiempo. Desde época anterior, alrededor del 423 a.c, Aristófanes ya en su comedia Las nubes expresaba una profunda animadversión hacia él como dejó de manifiesto a través del Coro de nubes cuando lo señala como “sacerdote de las naderías más inútiles” y convertirse así en el referente más antiguo de entre los dos grupos de acusadores que lo conducen finalmente al juicio de la Apología. Y este primer grupo, el más numeroso también, es al que más teme Sócrates, más aún que al de la triada formada por Melito, Ánito y Licón que serán los que formalmente asuman la acusación. No es un temor infundado, señala Sócrates cuando se dirige al tribunal apenas comenzada su apología ante las acusaciones: “Todos aquellos que por envidia o por malicia os han inoculado todas estas falsedades, y los que, persuadidos ellos mismos, han persuadido a otros, quedan ocultos sin que pueda yo llamarlos ante vosotros ni refutarlos; y por consiguiente, para defenderme, os preciso que yo me bata, como suele decirse, con una sombra, y que ataque y me defienda sin que ningún adversario aparezca”.
Así, un día mientras la tarde comienza a morder esa zona anaranjada que da paso a la noche, su mujer Jantipa, como un caballo amarillo, recibe de los synegoroi las acusaciones a su marido: “Se acusa a Sócrates porque corrompe a los jóvenes, porque no cree en los dioses del Estado, y porque en lugar de éstos pone divinidades nuevas bajo el nombre de demonios”.
También ocurrió al anochecer cuando el juez Taylor se acercó a la casa del abogado Finch. Fue durante una noche de verano en el ficticio Maycomb, Alabama, cuando aquel le propuso hacerse cargo de la defensa de Tom Robinson, un hombre negro al que acusaban de la violación de Mayella Ewell, una joven blanca que en todo momento ocultó la atracción que sentía por Robinson. Aquella noche, bajo el porche y la canícula estival, el juez Taylor presuponía, como si fuera una derrota anticipada, la negación de Atticus Finch de hacerse cargo de la defensa del caso, presuponía la falta de tiempo del abogado y comprendía el significado que semejante decisión tendría para él y por extensión para su propia familia. Lejos de eso Atticus le responde:” Cierto -medita un momento antes de responder. Aceptaré el caso”.
En 1933 Maycomb era, como todas las ciudades del Sur de Estados Unidos, un lugar en donde la segregación racial era casi una religión, y donde la relación sexual entre un hombre negro y una mujer blanca estaba fuera de todo orden, tanto del humano como del divino. Atticus Finch lo sabía, el juez Taylor no tenía dudas al respecto y el sheriff Heck Tate nunca se había planteado lo contrario. Finch bajo estas premisas, bajo la presión de su círculo social que le recrimina el haber aceptado la defensa de un negro, soporta el rechazo que la decisión supondrá a sus hijos, los cuales asisten atónitos ante la violencia que se desata sobre su familia. Por tanto, aceptar la defensa de Robinson es, ahora más que nunca, un deber incontestable y no le queda más remedio que confiar en la Justicia a la que se entrega con más dudas que certezas.
El incumplimiento de las leyes, incluso la presunción de ello supone desde antes del establecimiento del Código de Hammurabi, la creación de un círculo en donde se juzguen los delitos. En Atenas, en el 399 a. c. la acusación formal tenía como adalides a Melito que representaba a los poetas, a Ánito que representaba a los políticos y a Licón que lo hacía por los oradores. Al frente, un tribunal popular extraído por sorteo, 500 ciudadanos atenienses. Del mismo modo, en aquel pequeño rincón de Alabama, en el estío de 1933, un jurado de doce miembros de la comunidad blanca, segregados de la comunidad negra y que existía al margen, se reunirían bajo la tutela del juez Taylor que a la sazón se secaba el sudor al proponer a Atticus Finch semejante labor de defensa.
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La mayéutica y la inteligencia emocional.
La mayéutica es una palabra que procede del griego y que significa “obstetricia”, técnica que Sócrates lleva al ámbito filosófico como el “arte de partear” y es uno de los dos elementos en los que se divide el método socrático. Esta técnica consiste en realizar preguntas al interlocutor y mediante sus respuestas ir llevando a este hacia el conocimiento. Es más, la esencia pura de la mayéutica considera que el conocimiento ya se encuentra en el interior de los individuos los cuales desconocen hasta entonces su existencia. Sin embargo, la primera parte del método, es la ironía socrática en la que el maestro, en este caso Sócrates, simula desconocimiento mientras va ensalzando las cualidades de su interlocutor, hasta que por fin le demuestra que todo lo que sabe está basado en prejuicios.
Durante más de cuarenta años Sócrates ha estado en el centro de trabajo de esta técnica parturienta, pero más que nacimientos en realidad lo que verdaderamente ha cosechado es odio, antipatía y un reguero de cadáveres que ha ido dejando en las lindes del camino. La devoción y persistencia de semejante proceder ante neófitos y enemigos lo coloca en la diana mientras el maestro, descalzo y ocioso va impartiendo su magisterio ajeno por completo a la hostilidad que siembra entre sus adversarios. Así Aristófanes, enarbolando la bandera entre los enemigos, pondrá a disposición de los tres acusadores las armas para derribar en el ágora a Sócrates y es allí, en donde de nuevo serán con este método derrotados. Semejante humillación, tampoco esta vez, será pasada por alto.
“Estad persuadidos, atenienses, de lo que os dije en un principio; de que me he atraído muchos odios, que esta es la verdad, y que lo que me perderá, si sucumbo, no será ni Melito ni Anito, será este odio, esta envidia del pueblo que hace víctimas a tantos hombres de bien, y que harán perecer en lo sucesivo a muchos más; porque no hay que esperar que se satisfagan con el sacrificio sólo de mi persona”.
En la Teoría de las inteligencias múltiples, Howard Gardner rechaza la idea de que exista una inteligencia unitaria capaz de ser medida. De entre todas ellas destaca la inteligencia emocional que está estrechamente relacionada con el liderazgo y la empatía. Acaso sea ésta una de las herramientas más sobresaliente con las que cuenta Atticus Finch. Eso es algo que no se aprende, que no requiere de un conocimiento a posteriori, sino que es innato, que forma parte de su personalidad.
De entre las aptitudes destacables de un abogado, amén de un alto grado de conocimiento de las leyes, se encuentra la perspicacia, el conocimiento del lenguaje, la estrategia, pero también el liderazgo y la ética. ¿Cuál es entonces la función de la ética? Como disciplina es la de analizar los preceptos de moral, deber y virtud que guían el comportamiento humano hacia la libertad y la justicia. De alguna manera Finch no tiene dudas de guiarse por esos mismos preceptos.
De la capacidad de liderazgo, Atticus hace gala ya desde el momento en el que el juez Taylor le propone para que se haga cargo de la defensa del caso de violación de una mujer blanca a manos de un joven negro en el estado de Alabama. Casi al instante, después de que el juez realizase su petición, aquel acepta decidido. Esa capacidad de liderazgo, así como la importancia de los valores individuales, las propias convicciones y el autoconocimiento de estos, hacen del suyo un ejercicio responsable de la abogacía. En un alarde de inteligencia emocional aplicada, Finch nos demuestra que no puede, ni debe, ver condicionada su actuación en un proceso por el temor al rechazo de la comunidad o por miedo a las opiniones que puedan verterse en su contra.
De esta manera, habiendo sufrido su familia por la decisión de defender a Ton Robinson, un joven condenado ya de antemano en primera instancia, que no es la de los tribunales sino la de la calle, la de la ley no escrita de los ciudadanos, de los vecinos a los que él ayuda y trata de recibir, con la dignidad que otros se merecen, el pecunio de su trabajo, Finch se enfrenta con la cabeza alta pero con la misma decisión con la que antes abatió al perro rabioso que los cercaba, para defender la vida de un inocente.
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Alegaciones de Sócrates y de Atticus Finch
“Confieso que soy un gran orador” -continúa Sócrates instantes después de interpelar al jurado y comunicar a los ciudadanos de Atenas que ignora la impresión que habrán hecho en ellos sus acusadores, pero añade que su lenguaje será sencillo y espontaneo porque descansa en la confianza de que dice la verdad. Poco importa la verdad en ese foro en las actuales circunstancias, porque además el delito de impiedad por el que se le acusa es muy serio, tanto como la acusación de corromper a los jóvenes enseñándoles ateísmo.
Sócrates señala que se tomó el episodio del Oráculo de Delfos como una adivinanza, que él no poseía sabiduría y como no mienten los dioses, procedió a usar el método socrático y su vertiente irónica con el que demuestra que sus acusadores no son sabios, y si él lo es más que ellos es porque es consciente de que no sabe nada.
Aún no es mediodía y ya hay un rumor en las gradas cuando Mélito se recoge abatido argumentalmente, pero en cambio se percibe en el ambiente una sensación de incomodidad y de rechazo tras esta primera parte del debate. No obstante, Sócrates no es del todo consciente de semejante hostilidad, e inicia su defensa sobre la impiedad que ve como una experiencia sobrenatural, y asegura que los dioses no permitirían que un hombre bueno fuera dañado por uno peor que él. “He aquí de qué manera hablaré a los jóvenes y a los viejos, a los ciudadanos y a los extranjeros, pero principalmente a los ciudadanos; porque vosotros me tocáis más de cerca, porque es preciso que sepáis que esto es lo que el Dios me ordena, y estoy persuadido de que el mayor bien, que ha disfrutado esta ciudad, es este servicio continuo que yo rindo al Dios”. En cuanto a la acusación de corrupción, se defiende preguntando que si ha corrompido a alguien ¿por qué no acuden como testigos?, si han sido corrompidos, ¿por qué no ha intercedido la familia en su beneficio?, además muchos de estos familiares acudieron al juicio en su defensa.
“Me entrego a vosotros y al Dios de Delfos, a fin de que me juzguéis como creáis mejor para vosotros y para mí”, -concluye.
En el juzgado de Mayconb ya no cabe nadie. Poco antes del mediodía el Juez Taylor da la palabra a la acusación, la cual resume, sin más argumentación que la del asalto, violencia física y sexual. Las marcas de las heridas aún persisten. Solicita la declaración de culpabilidad.
Atticus Finch demuestra que el sheriff no se preocupó por que Mayuela Ewell fuera asistida por un médico, probó que las heridas fueron producidas por una persona zurda, probó que el padre de Mayuela solía beber y era violento, probó que era zurdo tras hacerle reproducir su firma en un papel. Probó también, aunque era una evidencia a gritos que Robinson había perdido la movilidad del brazo izquierdo en un accidente con una máquina algodonera pero todo ello, intuía Finch, no sería bastante en una ciudad como aquella, en un día como aquel. Finch alargó la leontina del reloj y después se dirigió al público.
AF: Bien señores, en este país los tribunales tienen que ser de una gran equidad y para ellos todos los individuos han nacido iguales. No soy un iluso que crea firmemente en la integridad de nuestros tribunales ni en el sistema del Jurado. No me parece lo ideal pero es una realidad a la que no hay más remedio que sujetarse”.
Finch evitaba mirar a la acusación, por lo demás un tipo que formulaba despreocupadamente las preguntas y durante los silencios se dedicaba a jugar con un lápiz en la boca y a mantener una pierna sobre el reposabrazos de la silla. Pero en esa ocasión lo hizo y después, apoyado sobre la balustrada que delimita al jurado en la sala, de dirigió hasta ellos y les hizo la siguiente petición.
AF: “Pero ahora confío en que ustedes señores examinarán, sin prejuicios de ninguna clase los testimonios que han escuchado y su decisión devolverá a este hombre al seno de su familia. En el nombre de Dios cumplan con su su deber. En el nombre de Dios den crédito a Tom Robinson.
Después aquellos doce hombres se marcharon para elaborar un veredicto que ya se había instalado en la mente de todos.
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Veredictos y Conclusión.
Al fin, bajo el sopor del mediodía, ya bien entrado un mes de junio soleado y veraniego, Atenas resplandecía. Sostienen sus discípulos que, al retorno del arconte, éste concedió a Sócrates la oportunidad, la última, de cambiar el primer veredicto del jurado. 281 votos lo condenan mientras otros 220 consideran la absolución como un fallo razonable, sin embargo, Sócrates se siente indignado, no hay en él un ápice de miedo y menos aún arrepentimiento. Está indignado.
Por primera vez Jantipa, su mujer, asiste a una de sus arengas y en esta segunda oportunidad que el filósofo apenas tiene en cuenta lo contempla con la certidumbre de que esa será la última vez que lo oiga litigar. “No creáis, atenienses, que me haya conmovido el fallo que acabáis de pronunciar contra mí, y esto por muchas razones; la principal, porque ya estaba preparado para recibir este golpe”-anuncia a los jueces. “Si en justicia es preciso adjudicarme una recompensa digna de mí, esta es la que merezco, el ser alimentado en el Pritaneo” -añade ante la mirada atónita de los presentes.
Sócrates no se arrepiente de haber cometido la indignidad de suplicar clemencia, ni de cambiar en ningún modo aquella por otra pena menor o económica, que fuere cual fuere tampoco estaba capacitado para hacerle frente. “El motivo que tengo es, atenienses, que abrigo la convicción de no haber hecho jamás el menor daño a nadie queriéndolo y sabiéndolo”.
En algún lugar de su alma estaba convencido de que podría disuadir a sus oponentes si tuviera más tiempo para manejar su defensa, pero en aquella Atenas, soleada e implacable los juicios duraban lo que dura un día, tampoco la sentencia se hacía esperar. Fue acaso ésta la única debilidad junto al argumento que la biología ponía ante los ojos del jurado, la certeza de que la muerte lo habría llevado pronto. “¿A qué precio no compraríais la felicidad de conversar con Orfeo, Museo, Hesíodo y Homero? Para mí, si es esto verdad, moriría gustoso mil veces”-añade mientras descubre que Jantipa abandona el ágora en silencio.
A la misma hora, en otro tiempo, Calpurnia, la cocinera de los Finch, se acerca hasta el juzgado de Maycomb para conocer la decisión que en cualquier momento puede pronunciar el jurado. Allí, en el piso superior que es el único lugar de la sala en donde se permite estar a las personas de color, los hijos de Finch asisten furtivamente al desarrollo del juicio junto al reverendo Sykes. El calor es, como también lo fue mucho tiempo atrás en Atenas, sofocante. El juez Taylor no hizo esperar más de lo necesario por el veredicto. Tras solicitar al acusado que se pusiera en pie y mirase hacia los doce hombres blancos que acababan de decidir su destino, se dirigió al representante del jurado para que diera lectura del fallo. “Consideramos a Tom Robinson culpable de los delitos por los que se le acusa”. Después, poco más allá de un tímido revuelo, el juez da por concluido el juicio y abandona la sala dejando atrás los ecos de un sonoro portazo como manifestación de su desagrado. Atticus Finch trata entonces de consolar al joven negro asegurándole que tratará de salvarlo en segunda instancia: “Estoy convencido de ello” -añade mientras Robinson es sacado de la sala por los ayudantes del sheriff. Este convencimiento fue el que en su día le faltó a Sócrates, acaso por la desgana o fuera quizá por el orgullo de no ceder nunca ante la injusticia.

En apenas unos segundos, el calor acumulado durante las dos horas que tardó el jurado en tomar su decisión y la alegría en barahúnda se llevan al público en volandas y la sala queda aparentemente vacía. Atticus comienza entonces a recoger sus cosas de la mesa. Con lentitud y sin constatar que en ese momento Gregory Peck va a protagonizar la escena más representativa del cine americano, el abogado se encamina lentamente hasta la salida. Sobre su cabeza la comunidad negra que había asistido en silencio al desarrollo del juicio contempla puesta en pie la marcha del abogado. En un momento de la escena, el reverendo Sykes le dice a Scout que se ponga en pie. Ella pregunta que por qué ha de hacerlo y Sykes le responde con admiración: “Porque tu padre va a salir”.
Solo por contemplar el recorrido de aquel hombre de vocación ante la verdad y la justicia, muchos de los abogados que después desempeñaron ese mismo papel admiten que eligieron esta profesión por la dimensión ética y moral de Atticus Finch. Elogio justificado y valiente al que Harper Lee, su autora, y las generaciones venideras difícilmente podrán olvidar.
Conclusiones
Las diferencias entre estos dos significativos juicios son de tipo filosófico, legal, social y jurídico. En el contexto histórico y cultural el juicio de Sócrates ocurre en la Grecia del siglo V a. c, mientras que la novela de Matar a un ruiseñor está ambientada en el sur de Estados Unidos durante la depresión americana, inmediatamente después del crack económico del 29 y en la época más dura de la segregación racial. Ambos contextos son muy diferentes, lo que influye en los valores y creencias de la sociedad en la que se desarrollan. Los cargos y acusaciones también son distintos. Sócrates es acusado de corromper a la juventud y de no creer en los dioses de la ciudad, en cambio, en Matar a un ruiseñor, el acusado lo es de violar falsamente a una mujer blanca. En un caso tenemos cargos que atentan contra el Estado y en otro un delito común aunque ambos lleven acarreados la pena de muerte.
En cuanto a lo que el procedimiento legal se refiere, en ambos juicios hay acusadores, tres en el juicio de Sócrates, y 500 ciudadanos elegidos al azar que se constituyen en jueces, sin embargo, en el caso que ocupa a Ton Robinson, además de la acusación y la defensa hay un jurado que dicta la culpabilidad o la inocencia mientras un juez decide las penas correspondientes. Pero son las actitudes sociales y los prejuicios lo más dispar entre ambos juicios. En un caso la acusación refleja la preocupación de la sociedad ateniense por la influencia de los filósofos en la juventud y la religión, en el otro lo hacen los prejuicios y las actitudes racistas de la sociedad sureña de los años 30.
Acaso la diferencia más notable sean las condiciones y la actitud frente al proceso de ambos protagonistas. Sócrates ya viene desde mitad del siglo V a. c. precedido de una actitud arrogante y tiene esa ironía socrática un peso crítico tan importante como el resto de sus acusaciones, peso que Sócrates se encargará de aumentar durante las dos fases del jucio. Finch en cambio emplea la inteligencia emocional, la honradez y la ética como elementos accesorios en el juicio que hacen que su actitud de más valor a las pruebas, aunque en ambos casos el resultado final sea el mismo.
Sin embargo, hay más similitudes que diferencias entre estos dos casos. Ambos defensores comparten la búsqueda de la verdad y la justicia, y tanto Sócrates como Atticus Finch ponen en juego sus propias vidas, aunque sea Sócrátes quien la presente como dádiva, y esta sea el pecunio que ha de pagar por ello. Por otra parte, hay que destacar en ambos casos la búsqueda de la verdad. Sócrates siempre busca la verdad a través de la razón y la reflexión, mientras que Atticus Finch la busca en el testimonio de los testigos y en los hechos.
El papel del juicio mismo es fundamental. En ambos casos, el juicio tiene un papel importante en la narrativa y en la trama de la historia. El juicio de Sócrates es el clímax de su vida y obra, mientras que el juicio de Tom Robinson es el centro de la trama de Matar a un ruiseñor. Y por último, en ambos casos, la cuestión de la moral y la ética está presente en la narrativa. En el caso de Sócrates, su filosofía se basa en la búsqueda de la verdad y la virtud, y en la importancia de vivir una vida ética y moral. En Matar a un ruiseñor, Atticus Finch se enfrenta a una sociedad que está marcada por la discriminación racial y la falta de valores morales, y su defensa de Tom Robinson se basa en la creencia en la justicia y en la importancia de hacer lo correcto.
Siempre quedará la palabra
Y de nuevo, al final nos quedará siempre la palabra. Es esa oralidad cuyo conjunto para Sócrates engloba a la excelencia humana, a la justicia, a la virtud porque estas residen en el puro lenguaje, en lo que el lenguaje dice desde sí mismo. Un filósofo como Platón que con la palabra escrita dio un paso más en esa excelencia de la que Sócrates era maestro, nos sirve de guía porque la virtud, la perfección accesible al ser humano, es una perfección que solamente se nos da cuando actuamos con palabras.
En ocasiones también la sencillez de las palabras encierra más sabiduría que el discurso más elaborado. Así la última palabra de la Odisea es “méntor” que en original griego Μέντωρ significa, “maestro y guía”, y la última palabra de Sócrates tras ingerir el bebedizo de cicuta fue Asclepio, a quien el filósofo en agradecimiento adelantado le debía un gallo.
A Cobeluda (Neda)
18 de marzo de 2023
1Universidad Senior de Ferrol
Correo electrónico: Antonio.polo@udc.es
Para citar este artículo: Polo, Antonio (2023) La apología de Sócrates frente a la defensa de Atticus Finch. Un ensayo sobre los alegatos finales, la mayéutica y la inteligencia emocional.
Iniciación a la Filosofía. 2º curso. Universidad Senior de Ferrol
REFERENCIAS
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